La batalla

                                                                                                            Martes 17, febrero 2009


Corre sin pies, histérica silenciosa, malhumorada de la ciudad y su calor, quejas que nunca escuchó, velocidad retardada, nunca antes esas calles habían sido tan largas, largos latidos gritando sin compasión. Apenas a punto, su salvación en gacela esperando, gira sin mas armadura que su piel, clama y él aún la espera… En un aleteo se prende a su nido, respira profundo y se mete a sus labios, se entierra en su cuerpo, se lava las ganas con agua tibia y queda lista para empezar el ritual.

Esta vez no hubo luces apagadas, sólo había un rayito morboso de sol, único testigo reptador de sus delgados muslos entrando por la ventana, empezando la batalla ya siente oprimido su ansioso corazón, uno nunca sabe que armas usará el enemigo, (piensa) mejor darse la vuelta y nomás sentir, sentir, sentir, defenderse atacar y volver a sentir.

Cabalga… ahora él tiene la ventaja, ella se ha quedado ciega, ciega sus ganas de ya no amar, amarle entre las sabanas sin color, y el calor brotando dentro de su pecho, del alma misma y diez mil ganas de ser por primera vez parte de aquel cuerpo que había creído inalcanzable, sudor intenso frío recorriéndole la espalda, las malditas ganas de que jamás terminase aquel combate que nadie podía ganar, incrustando los dientes entre los labios alcanza a rozar el punto exacto donde explotan los sentidos, la tibieza de sus líquidos le rasga las entrañas, y así, entre risas y movimientos torpes alcanza por fin el cielo... ese del que tanto le había hablado aquel poeta, por fin el hombre se convirtió en su semidiós, la volvió esclava por voluntad propia y aquella tarde se la trago completa, nublándole por vez primera las ganas de volver a volar sin él.

¿Y cómo iba a volar? Si se quedó sin alas, cuerpo con media vida flotando en círculos multicolores del pecho aquel, del cual brotaba el único sonido en ese instante memorable, canción nueva eran los latidos del corazón de su amante, y aquella tarde, descubrió por fin, que entre sus brazos se convirtió en un poema de esos que ya no tienen final.


Dijo al final: Feliz cumpleaños niña.
Y aún creo que ha sido el mejor regalo de toda mi vida.