A decir verdad nunca imaginé que llegaría un día en que iba a discutir si me gustaba el calor o el frío, porque técnicamente no había nada más en la vida que me gustara más que el bosque, me sorprendí diciendo que ya no quiero regresar, que me agrada el calor, que si acaso para vivir nuestros últimos años arropados por lo poco que quede de frío, esa pobladera en el lugar que consideraba mi refugio me desalienta bastante.
Pero ahí voy de nuevo hacer planes que tal vez jamás se van
a cumplir, ahí va de nuevo el nervio, el corazón emocionado y palpitante por
vivir una nueva aventura, finalmente esa parte terca que me habita no entiende razones
ni porqués, quiere colgarse de su cuello, volver a hurgar bajo el pantalón, me
hace saber la necesidad de comerle a besos, de volver a escribirle y seguir soñando
con un mañana aunque el cuerpo se haga viejo, aunque los pasos duelan cada día
más… aunque se alejen cada año que pasa del bosque y se vayan a navegar otro
mar, pero es que justo ahora los sueños se van haciendo verdad, tenemos cuatro
hijos y la edad suficiente para poder decidir si nos quedamos o nos alejamos de
la realidad.
Pues, nomás falta
valor.