Aquí, nada ha cambiado, el bosque sigue verde y luego va tomando esos
tonos rojizos y amarillos de los atardeceres del invierno, la luna se sigue
viendo opaca y lechosa, las hojillas caídas en la batalla siguen crujiendo igual
al caminar por ellas, la Casita de la Luna sigue sola esperando visitantes
inoportunos, y el polvo hace de las matas verdes el color café. Todo sigue
igual, me sigo sentando en las escaleras de la azotea solo por ver si de verdad
te siento llegar, sigo tocando las mismas melodías de hace años. En el día, el
sol sigue opaco, como es regularmente en esta época, pero quema fuerte si te
quedas a su merced un rato, las únicas que agradecen esos rayos son las lagartijas
que parecen disfrutar en exceso su calor, los pajarillos siguen cantando al
amanecer melodías siempre parecidas pero diferentes, y mi boca sigue buscando
aquellos besos que los han tenido abandonados, y mis manos siguen tan llenas de
nada, pero mi olfato no te pierde y te sigue recordando con ese eterno olor a
nogal y a nuez virgen, algunas veces suelo detenerme al pie de cierto árbol sin
corteza, cierro los ojos le acaricio e imagino tu piel suave, sigue la manía de
escribir en lunes y poner fecha de sábado, y sigo pensando que tus besos
virtuales son tan parecidos a lo real… ya que, bueno, de cualquier manera, al
iniciar toda esta rutina, lo primero que se dibuja en mi memoria es tu sonrisa,
esa pinche mueca que sigue remedando al universo.
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